Es bello comprobar que en muchas partes del mundo la naturaleza está casi inalterada, nos conmueve y sorprende mirar y sentir con asombro que su esencia está en equilibrio. Es ineludible que debemos respetar y agradecer esa integridad que nos acoge y no dejar vestigios de nuestro paso. Cuando percibimos que ese lugar en especial es único en el planeta, que es inusual en su claridad y fuerza de vida, es una obligación tratar de ser tan puros como éste, escuchar sabiduría y sobre todo hacer que la visita sea una reverencia a su existencia.
Llegamos al mismo lugar que de vez en cuando es ocupado por el
turismo, pero ojalá que siempre sea el de un turismo atípico, que esté en disposición de
alinearse con la alegría, la belleza y la pureza expresada en silencio y
majestad de su paisaje.
Podemos arribar a un lugar y establecer una relación
simbiótica, en que respetemos profundamente todos sus elementos tratando de que
la comunicación sea en dos sentidos, no en solo uno. Vivir estos paisajes es
como un sueño, es el éxtasis donde nos encontramos fluyendo completamente
dentro de nuestra misma naturaleza.
El anhelo nostálgico de una armonía y equilibrio se hace
posible al jugar como un niño en sus aguas turquesas y arenas blancas. El
paraíso está aquí como una promesa que alcanza el corazón.
Podemos aprovechar cada uno de estos lugares para profundizar
en nuestro ser, atreviéndose a ser extraordinarios dentro de lo extraordinario
que nos rodea, dando un paso hacia el yo interno, volviéndonos a sentir en un hogar
acogedor y confiando una vez más en la tierra que nos sostiene.
Allí es posible entonces reencontrarnos con el lenguaje del
alma, que está acercándonos a una espiritualidad naciente de la Tierra misma.
Somos la luz de esta nueva conciencia que se enciende con la chispa de cada
alma se que se despierta en ella.
Tanta belleza nos hace crecer en conciencia. La presencia humana puede tocar respetuosamente esa geografía con una intención amorosa que aún está viva dentro de nuestro corazón. Por eso a veces se presentan unos visitantes prudentes y respetuosos que no dejarán huella salvo un recuerdo perdurable de amor y compasión.
Nos llevamos un conocimiento silencioso, bendecidos de
reconocer a nuestro planeta como un hogar conectado a su ser. Esto es el
arraigo, el anclaje de nuestra luz de
las estrellas, la luz del alma, en la profundidad de la materia, encarnándonos
más en la Tierra, disfrutando estando presentes en el aquí y el ahora.
Fue un paisaje que nos hizo rendirnos sintiendo que la vida realmente es digna de
ser vivida y disfrutada siempre y no ocasionalmente. La Tierra tiene mucho para
ofrecernos y lo podemos hacer con la máxima consideración. La vida es pura y simple, nosotros nos la complicamos, pero recordemos;
somos Naturaleza, nos movemos con sus ritmos, honremos la danza de todas sus manifestaciones. Gaia está evolucionando con nosotros y
somos UNO si hacemos de cada paso en la naturaleza una experiencia que nos hace crecer espiritualmente.
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