Foto de Guillermo Chaves de Amarillacea en jardín de Hacienda Navarro, Paraíso de Cartago.
Un jardín es un espacio que el ser humano acota y organiza para recrear un pedazo del paraíso que es la Tierra. El Edén original que ya no recordamos. Para muchos es el refugio donde proyectan lo mejor de sus afectos pero que, en cierta forma, está subordinado a nuestra discreción. Aunque ahora más que nunca simboliza, nuestra absoluta conexión y dependencia del planeta. Es un pequeño escenario del que nos apropiamos y que contiene una parte representativa de nosotros mismos y de nuestra madre Tierra.
Los jardines son como “muestras accesibles del reino vegetal y los demás reinos” que nos dan sus componentes vitales y con los que hemos aprendido nuestra absoluta vinculación e interrelación, porque en todos los jardines están representados los elementos esenciales para la vida, que no son ni más ni menos de los que nos dan vida a nosotros. Son un medio para visualizar el anclaje que tenemos con la Tierra y del que debemos aprender mucho todavía. La verdad que nos manifiesta es que; somos uno con GAIA (la Madre Tierra) y ella es uno con nosotros, los seres humanos, y con todos los seres vivos e los inertes.
Dije anteriormente que simboliza porque en realidad muchos seres humanos, desde hace muchas décadas o siglos, hemos perdido el anclaje y por decirlo de alguna forma, también el respeto por este lugar maravilloso que hemos llamado planeta Tierra. Esto queda demostrado de manera muy obvia por el tipo de desarrollo por el que hemos optado y su consecuente crisis ambiental. Tal vez no sea tarde aun para comprender que lo que le afecta a uno le afecta al otro y que somos uno con la naturaleza.
Foto de Guillermo Chaves del Jardín de plantas aromáticas de Viveros Bios.
Dije anteriormente que simboliza porque en realidad muchos seres humanos, desde hace muchas décadas o siglos, hemos perdido el anclaje y por decirlo de alguna forma, también el respeto por este lugar maravilloso que hemos llamado planeta Tierra. Esto queda demostrado de manera muy obvia por el tipo de desarrollo por el que hemos optado y su consecuente crisis ambiental. Tal vez no sea tarde aun para comprender que lo que le afecta a uno le afecta al otro y que somos uno con la naturaleza.
Un jardín o parque es una construcción humana y uno muy bello es el producto de una gran dosis de creatividad y cariño por las plantas, del goce y disfrute de la naturaleza que nos constituye. Muchos son producto de décadas de dedicación y mejoramiento continuo. Sus resultados se vuelven una joya cuando se destacan sus colectas botánicas a través del buen gusto y sensibilidad. Es una vocación crear o tener a cargo un jardín, las personas que los cuidan pueden haber nacido con un don especial, y como muchos otros dones con los que nacemos los seres humanos, este tiene que ver con un arte, el arte vivo de co-crear con la naturaleza y conservar lo que ella nos ofrece. Es por eso que quienes cuidan con amor un jardín son en esencia Guardianes de la Tierra. No conozco a nadie que mantenga un buen jardín que no muestre gratitud por la gran obra de la Creación y por El Gran Espíritu que yace en su obra.
Foto de Guillermo Chaves del Ana Rodriguez en Alajuela, Costa Rica.
Este espacio, al servicio del ser humano, es capaz de decirnos sutilmente que toda la Tierra es un ser vivo y que está integrada por el de sentir de todos los seres vivos juntos y todas las “conciencias elementales” (presentes en el Agua, el Aire, Fuego y Tierra). En el jardín palpitan las conciencias de todos los reinos: minerales, vegetales y animales. Nos contiene y quiere a todos porque todos somos como sus células, interconectadas para formar un solo ser. Es maravilloso comprobar como cada día nos demuestra que existe una voluntad inteligente que lo equilibra todo, que cada retoño y cada flor sigue un patrón de geometría perfecta.
Los parques y jardines son los remanentes urbanos de lo que alguna vez fue un paisaje predominantemente silvestre. En ellos sintonizamos la misma frecuencia con que la expresamos el amor. Cuando visitamos un buen jardín nuestro corazón sintoniza una energía profundamente sanadora. Aun con proporciones pequeñas, esos parches aislados son esenciales para nuestro bienestar, tanto físico y psicológico. La labor fundamental de las áreas verdes es la de hacer más llevadera y agradable la supervivencia humana del citadino y proveerle mejores condiciones ambientales. Es asombrosa la manera en que crea armonía a quien abre su corazón a la experiencia de sentir el equilibrio y la belleza.
Foto de Guillermo Chaves del Jardín de Hacienda Navarro en Cartago, Costa Rica.
Por pequeños que sean estos refugios son muy generosos, aun en una proporción disminuida, nos demuestra que todo en la vida está interconectado y por lo tanto todo contiene sus impulsos vitales. Hoy admiramos nuevamente a las tribus aborígenes que de manera permanente han sostenido su vibración amorosa y cósmica por la Tierra. Debemos declararlos hermanos del alma, por que pese a todo, casi su extinción o acorralamiento, las tribus sostenían la vida y vivían la armonía con la naturaleza cuando lo podían hacer.
Algunos jardines y parques acogen con generosidad parte de la vida silvestre expulsada por la acelerada urbanización y de los campos de agricultura (sobre todo de monocultivos). Muchas especies no se adaptan a condiciones urbanas y del poder avasallador de la gran pavimentación del suelo urbano. Huyen también de las técnicas modernas de cultivo, de los pesticidas. Los jardines tienen la capacidad de ofrecernos el contacto con otros seres vivos que solo necesitan la luz solar para crecer y expandirse y de quienes dependen de ellos. Con suerte, en los jardines y parques nos encontramos alguna fauna sobreviviente. Estas, como nosotros mismos, son partes integrales del cuerpo y del Ser de la Tierra. Nos permiten el acercamiento con otras manifestaciones evolucionadas de la diversidad de la vida, y por lo tanto podemos disfrutar de la conexión. Una abeja o mariposa sobre una flor o un pájaro que encuentra su alimento en nuestro jardín nos permite canalizar la energía de la compasión.
Foto de Guillermo Chaves de los canales del Parque Nacional Tortuguero, Costa Rica.
La Carta de la Tierra dice que debemos “cuidar la comunidad de la vida con entendimiento, compasión y amor”. El canto de un ave o el revoloteo del colibrí vienen casi siempre por añadidura, si nos proponemos optimizar cualquier área disponible utilizando las plantas nativas. Si lo analizamos bien, los que cuidan y disfrutan de un jardín honran y respetan profundamente la vida, agradecen diariamente a todos los elementos que lo hacen posible y nos remiten a la memoria colectiva planetaria que está en los genes de todas sus células.
También nos abstraen de la vida citadina, y la rutina monótona que nos define como cultura. Introducen vida en rincones inesperados de la ciudad por los que las energías sanadoras fluyen. Muchas de nuestras casas y urbanizaciones actuales no cuentan con jardines debido al afán por colocar pavimento en todas partes. Esto implica que hemos eliminado amplias porciones del reino vegetal en la tierra para crear una forma de vida que nos aleja de lo esencial.
Foto de Guillermo Chaves de una medillina en flor, Costa Rica.
Los jardines son como refugios donde escapamos del estrés y la rutina, nos comparten su silencio reparador, su aroma y su música sutil. Un paisaje o jardín nos induce a la quietud y al silencio interior, y cuando estás en silencio toda la existencia te habla. Esto es así porque una frecuencia inspirada en el amor a la vida permite elevar y equilibrar lo que no está en esa misma sintonía. Por eso es que muchas personas con sensibilidad sienten que las plantas hablan y lo hacen realmente para quienes quieren escucharlas. Suelen decir palabras de amor al aire, que captamos como susurros llevados por el viento. Un jardín vivo es uno con el agua. El agua canta y se divierte con las plantas y es hasta relativamente fácil de escuchar.
El propósito que cumplen los parques y jardines es más que estético; honramos la vida y a la vez, la creatividad del ser humano. Es un espacio que nos recuerda el origen olvidado. Cuando los visitamos cambiamos a otra condición; entramos a un lugar de sanación en el que sentimos el flujo vital de Gaia. Si nos integramos podemos invocar nuestro “ser interior” y ubicarnos en un lugar donde el espíritu se eleva y por tanto nos permite la evolución consciente con la misma esencia de la Tierra.
Foto que encontré en facebook de la cual no se el autor (si lo saben me lo hacen saber).
Los jardines tienen una misión restauradora a nivel de la conducta. Se ha investigado mucho en los últimos años la función que las áreas verdes tienen en la ciudad y se ha concluido que parques y jardines tienen un efecto restaurador en nuestra atención voluntaria, que es el tipo de concentración intensa, necesaria para trabajar o estudiar e ignorar las distracciones. Quienes habitan en zonas con acceso a áreas verdes, gozan de mejor salud y presentaban tasas de mortalidad menores que quienes carecen de éstas.
Crear jardines puede ser, como muchas otras manifestaciones artísticas, componentes que hacen sobresalir la capacidad creadora del ser humano y cuyos resultados son singulares, pero es diferente con los jardines; en ellos se debe manifestar la fecundidad por los nutrientes que contiene la tierra, la fuerza vital que todo genera y toda la vida elemental que amorosamente nos ofrece cobijo.
Construyamos y visitemos jardines para de alguna forma retomar nuestra conexión con las conciencias vivas de la Tierra. No solo eso, reverenciemos un jardín como debemos reverenciar las cosechas que nos sostienen vivos y las pulsaciones que renuevan la vida y le dan su integridad. No hay justificación para no integrarlos a nuestra existencia, todos somos originarios de la tierra que nos vio nacer, por lo que compartimos muchos de los elementos que constituyen nuestro cuerpo. Dicho lo anterior lo más importante es que; ya sea que hayamos nacido con el don de co-crear jardines o solo el de poder disfrutarlos como si fueran nuestros, lo importante es construirlos en el corazón. Construyamos jardines en el corazón y, por el principio de resonancia, vibraremos en una frecuencia que permitirá que surjan para recuperar y restaurar nuestro vapuleado planeta. Despertemos nuestra capacidad de asombro y gratitud todos los días y renacerá la vida con mayor vitalidad donde menos lo esperamos.
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