Por Arquitecto y Máster en Paisajismo y
Diseño de Sitio de la Universidad de Costa Rica
En una tarde de verano el rumor de una inesperada lluvia se acercaba. Estando recostado me fui quedando dormido, pasando
hacia lo ignoto del sueño, disipándome de forma pausada mientras olía a tierra mojada, la que sentía como un perfume que me abarcaba y pertenecía.
Escuchaba la
tormenta acercarse y finalmente me ofreció su arrullo hasta caer en un sueño
lúcido. El aire humedecido por una lluvia me acariciaba por
dentro, el viento fresco traía consigo un mensaje de renovación y verdor. Por momentos escuché las palabras del agua y del aire y se me revelaron
elementales vivos; somos tu propia morada... Les escuché con gratitud ya que las aguas, el
aire y los otros elementos tenían memoria y son parte de los pensamientos en
los cuales fluyen. El agua era purificación, junto con la agitación del viento,
me ofrecieron sus cualidades y también toda la memoria que tuvo su génesis en el origen de los tiempos. Me recordaban que todo fluye en ciclos, vórtices,
remansos y cascadas, y nosotros fluimos en ellos más allá de la efímera materia
en la que somos momentáneamente. Los relámpagos son chispas inspiradoras,
poco comprendidas por nosotros, pero que son vitales para que se nutran y germinen las especies de iluminadas plantas,
más cercanas a la divinidad que nosotros y toda la vida son y depende de ellas,
incluyendo la nuestra. A todos nos ofrecen siempre su mensaje. Están a la
espera de que en cada momento nos desconectemos de la "tridimensionalidad" para
que encontremos un instante de lucidez soñando el mar, y reconocernos como la única y misma
divinidad.
La lluvia es
un potencial de vida, la tormenta un discurso que conmueve las almas y las
montañas, los torbellinos; una agitación para poner a prueba el anclaje de las cosas y
la fe. No sé cuanto más se me reveló en el sueño, ya cayendo de nuevo en el
despertar pasé por un universo azul turqueza profundo, cuyas masas de agua se
movían tan parcamente como la lava, con un oleaje inmenso pero pausado en el
que me deslizaba como una corriente libre a un espacio índigo muy luminoso,
sobre el que estaba dibujado un precioso mandala verde, que se abrió un
instante para mostrarme la nada oscura donde nace el amor y que es el hogar, el
verdadero hogar. Desperté agradecido
porque olía a tierra húmeda y ese instante solo era lo que necesitaba para ofrecer
eterna gratitud a la lluvia dentro de mí…
Foto de Playa Langosta, Guanacaste.
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