jueves, 5 de diciembre de 2019

Hábitos proambientales para apoyar la conservación del paisaje.

Por Arquitecto y Máster en Paisajismo y 
Diseño de Sitio de la Universidad de Costa Rica


Los hábitos proambientales se refieren al hecho de practicar o adquirir un comportamiento proambiental, es decir el que la persona tiene en su relación con el ambiente, de una forma muy integrada y son parte de sus hábitos de vida. Este es un campo relativamente nuevo en la psicología científica o por lo menos de incorporación tardía. Hay una rama de esta profesión que se conoce como Psicología Ambiental, que surge como necesidad al ser nosotros “la especie dominante en el planeta Tierra, y hemos causado tal crisis ambiental que finalmente hemos generado un saber ambiental que resulta un llamado a la reconstrucción social del mundo” (Leff, 1998).

Joel Martínez-Soto hace un aporte interesante haciendo una revisión desde este campo en un ensayo que se llama “Comportamiento proambiental. Una aproximación al estudio del desarrollo sustentable con énfasis en el comportamiento persona-ambiente”. Lo que el autor llama comportamiento proambiental (CPA) es un término que no puede ser definido satisfactoriamente, ya que para él existe una variedad de enfoques que van desde un hábito, una conducta intencional y dirigida; y para algunos CPA solamente puede surgir de manera forzada. (Martínez, 2004) Un autor lo define como “el conjunto de acciones intencionales, dirigidas y efectivas que responden a requerimientos sociales e individuales que resultan de la protección del medio” (Corral Verdugo, 2000). El autor hace una diferenciación entre una CPA dirigido de manera deliberada y consciente a la preservación, en contraste con el desarrollo de una intención o conciencia ecológica.  Al no ser este mi cambio de estudio veo esa discusión como aquella famosa pregunta; “qué fue primero, el huevo o la gallina”. Esto puede ir de manera equiparada desde una mayor concienciación a la modificación de actitudes y hábitos de consumo.

Para Bethelmy Lisbeth, “En sí, una conducta proambiental es toda acción orientada de manera consciente al mantenimiento óptimo de los recursos naturales, al equilibrio de los ecosistemas y que, a su vez, responden a necesidades sociales e individuales.” La autora señala que “hay diferentes niveles de conductas proambientales y todas forman parte de un conjunto, un estilo de vida personal y también de las comunidades, acerca de cómo desean convivir y de cómo quieren reflejar su autoimagen y autoconcepto.” (Bethelmy, 2015).


Para nosotros los hábitos proambientales reflejan una disposición ética, en que se adopta un estilo de vida coherente con una praxis ambiental o ecológica y que puede manifestarse en infinidad de formas y motivaciones, tanto individuales como colectivas.  

El Río Savegre es uno de los más limpios de Centroamérica, esto es un logro de las comunidades que se unieron para proteger el recurso hídrico y promover el turismo. 

¿Cómo adquirir hábitos proambientales?

Hay muchas formas de hacerlo, individualmente depende de los programas educativos y de los valores con que se nos instruye en el sistema de educación pública, la familia y en nuestras relaciones sociales en general. A nivel colectivo se puede responder a programas sociales, observando  reglamentaciones, aun las normas no escritas de respeto al ambiente
 (reciclando, por ejemplo), siendo un consumidor consciente y un ciudadano con cultura empática y solidaria. 

El paisajista y las formas proambientales de diseñar.

El diseñador de paisaje tiene a su haber una de las más poderosas herramientas para cultivar en el público una mayor conciencia ambiental, dado que la mayor parte de las veces la obra paisajista tiene una gama de componentes vivos como insumo o material de su realización material.


Desear, planear, diseñar, construir un jardín o "área verde" en el medio urbano es una oportunidad de abrir un umbral al que se invitan a muchas formas de vida, principalmente vegetación y toda la biodiversidad que por añadidura pueda beneficiarse de ese nuevo nicho entre lo inerte. 

Siempre es una buena inversión de tiempo hacer caminatas para visitar los sitios protegidos del país o ir a los jardines botánicos, ya que se pueden conocer "biomas" con plantas que son poco conocidas e interesantes para nosotros, que tal vez no hemos visto antes, y que de inmediato capturan la atención por algún atractivo particular. Los paisajistas estamos constantemente buscando plantas nativas para nuestros proyectos pero lamentablemente muchos viveros ofrecen mayoritariamente plantas exóticas, que son las que por lo general se piden para ornato.  Comercialmente ofrece mayor ventaja una planta que se pueda reproducir con facilidad, de crecimiento rápido, con alguna flor llamativa, y que ofrezca un mantenimiento de regular a fácil. Como consecuencia de esto tenemos un paisajismo y jardinería que luce empobrecido desde el punto de vista de nuestra diversidad biológica. Algunas especies son peligrosamente invasoras, se crea un hábitat con pocos beneficios ecosistémicos y hasta hostil para la fauna nativa. Esto ha significado un desmejoramiento continuo del ecosistema local, que se debe contrarrestar con educación, para formar una cultura de apreciación y conservación del paisaje nativo. Lo que puede llevarnos hasta una reeducación sobre la forma en que percibimos y nos relacionamos con nuestro entorno natural.  


Cada paisaje, como este de Río Celeste, es un regalo para los sentidos, y en sí una oportunidad de apertura a la dimensión espiritual. Una ética ambiental debe de nacer de esa conexión profunda que alguna vez olvidamos.

Los que estudiamos el paisaje estamos interesados en que todas las personas desarrollemos una conciencia ecológico-paisajística, que buscaría una mejor calidad ambiental, también mantener y ampliar la protección de los paisajes,  que haya una apropiación paisajística del territorio, reconociendo y valorando sus rasgos esenciales, tanto como referentes estéticos e identitarios dado que muchas veces tienen la cualidad de ser únicos e irrepetibles. Suena muy grande y ambicioso, pero esto puede lograrse de lo micro (un pequeño jardín) a lo macro (un biocorredor urbano) y desde abajo (con cada persona aportando un pequeño granito) hacia arriba, (por ejemplo, cambiando las políticas ambientales.)

Los que generalmente habitamos en el medio urbano simplemente nos desentendemos, o somos por omisión muy negligentes con la pérdida paulatina de paisajes, y ese nivel de inconsciencia se manifiesta desde el hogar mismo. Los problemas como contaminación del agua en todo el país son notorios, se sabe que casi todos los costarricenses recibimos agua potable desde el sistema público de distribución, y con una desidia insensata devolvemos agua contaminada, en forma de aguas negras y jabonosas, que no pocas veces van a dar a los ríos y mares. Cuando no también se les carga de desechos sólidos, tratamos los ríos como basureros.  En el mismo sentido, pero desde otro ángulo, está lo que nosotros hacemos con los jardines, parques y áreas verdes públicas ya que pueden terminar siendo “tierra de nadie”, a lugares con una apariencia anodina y predecible,  ya que se usan las mismas plantas exóticas y algunas nativas por todo el país, sin ningún miramiento sobre si será la mejor solución y ubicación de esas especies. Contamos entonces con una construcción social del social el paisaje que tiende a ciertos estereotipos y a una homogenización, que responde a esas “fuerzas dominantes” sobre todo relacionadas con el consumo. También sometemos al paisaje a hábitos y patrones preconcebidos.


Rincón de la Vieja es el volcán más extenso y activo de Guanacaste, Costa Rica. Es parte del Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO del Área de Conservación Guanacaste.

Hoy es un imperativo esencial, para cada vez mayor cantidad de gente, hacer lo que esté a nuestro alcance contra los efectos del cambio climático, el deterioro ambiental con la pérdida de biodiversidad, la fragmentación de hábitats y la erosión genética como algunas de las manifestaciones resultantes de esta relación discordante que tenemos con el ambiente. Todos podemos participar de lo que se conoce como cultura ambiental, que se propone un cambio cultural a través de la educación, ya que el planeta está urgido de ciudadanos que hayan superado el “analfabetismo ambiental”, con capacidad de modificar sus hábitos y actitudes, que nos permitan detener esa vertiginosa caída al precipicio del deterioro y degradación por la ruptura del equilibrio ecosférico.  Esta crisis actual tiene su origen en una especie de desarraigo social y cultural de la tierra que nos sustenta, un alejamiento de nuestras raíces y que percibimos como una decadencia del entorno y pérdida de paisaje. Estamos ese año 2019 viendo y analizando lo que sucede a todo nuestro alrededor, incluso a nivel regional, hay un sentido de urgencia en hacer una revisión fundamental de la condición humana, en muchos sentidos. Y uno de ellos es hacer conciencia del uso abusivo de los recursos naturales, la aceleración de las modificaciones, muy evidente en el territorio, de un carácter masivo en el paisaje, con el agravante de que las consecuencias negativas tienen consecuencias globales.

Son muchas las formas en que podemos enfrentarnos a esta realidad, una de ellas es desarrollando hábitos proambientales, alfabetizándose en ecología, podemos ir adquiriendo esos hábitos y actitudes cuando;

1.       Lleguemos a conocer la flora nativa para contrastar sus beneficios con respecto a la flora exótica, observemos como es la que mejor se integra al paisaje.

2.       Estudiemos cada especie nativa ya que ha evolucionado dentro de un ecosistema a lo largo de milenios o millones de años y por tanto desempeñan una determinada función en el sistema natural.

3.       Cuando introduzcamos vegetación nativa hagámoslo creando un hábitat para la fauna local, permitiendo que el jardín les provea alimento, protección y refugio.

4.       Visitemos páginas electrónicas y leamos libros, vayamos a conferencias de organizaciones, que hacen un gran esfuerzo por promocionar las plantas nativas y hacen una labor invaluable para  la conservación de la flora y fauna locales.

5.       Visitemos los jardines botánicos con la intención de disfrutar y aprender algo nuevo. Estas instituciones cuidan y mantienen un importante patrimonio genético. Dentro de sus funciones están la investigación científica, la conservación de especies amenazadas, y divulgación de la diversidad. Algunos promueven el rescate del uso tradicional de la vegetación y hay muchas otras funciones y deberes según lo dispone cada Jardín Botánico. También podemos visitar parques, jardines, zonas de protección.

6.       Hagamos un aporte que puede ser menor, pero significativo, de hacer un jardín con identidad nacional. Esto le compromete a aprender de pisos altitudinales, zonas de vida, y la flora que localmente prospera, para que forme un pequeño hábitat silvestre.

7.       Propongámonos atraer polinizadores adaptados a esa biodiversidad, aprendiendo que ha habido una evolución conjunta, entre insectos, animales y plantas, son por tanto codependientes. Es un gesto generoso y de gratitud crear ese pequeño nicho ecológico específico.

8.       Depuremos parte del agua que contaminamos. Se calcula que las aguas grises representan el 80% del total de aguas negras que produce cada hogar y existen los llamados filtros biológicos que se valen de procesos naturales para su purificación.

9.        Eduquemos en la apreciación de la naturaleza.  Necesitamos una ética ambiental de empatía, respeto y solidaridad, donde concibamos a la Tierra como un ser vital en el que estaremos de paso y por tanto tenemos que proponernos dejarla mejor de cómo la encontramos.


Apreciemos las maravillas de la naturaleza. No somos el centro de la Creación simplemente un grano de arena en el desierto de la existencia. Tal vez menos... 

Bibliografía:

Martínez Soto, Joel. Comportamiento proambiental. Una aproximación al estudio del desarrollo sustentable con énfasis en el comportamiento persona-ambiente(1) Revista Theomai, núm. 99, invierno, 2004, p. 0 Red Internacional de Estudios sobre Sociedad, Naturaleza y Desarrollo Buenos Aires, Argentina.

LEFF, E.: Psicoanálisis y saber ambiental, ¿diálogo imposible? Ambientalizar la psicología o psicoanalizar el ambiente. Encuentro de dos saberes frente a la ciencia. En Guevara, Landázuri y Terán. Estudios de Psicología Ambiental en América Latina. México, CONACYT y Universidad de Puebla. Pp.59 – 69, 1998.Ç

CORRAL VERDUGO Y PINHEIRO, J.: “Condičoes para o estudo do comportamento proambiental”. Estudos de psicología, 4, 7-22, 1999.


Bethelmy, Lisbeth. Verde la Tierra, Las conductas proambientales y nosotros, Caracas, Venezuela, 2015. Recuperado de http://verdelatierra.com/las-conductas-proambientales-y-nosotros-2/

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