Foto de Guillermo Chaves H.
El paisaje y su percepción
El concepto de paisaje es personal, de un entorno primordial humano vivido y que es su referencia directa. El paisaje es la impresión del mundo exterior por los sentidos y una interpretación de esas sensaciones. Pertenece a un tiempo y a un espacio, en sincronía con el individuo y su forma de percibirlo. La percepción pertenece a la persona, a su mundo individual, se da en el ahora, que es el continuum del presente. Es también un proceso psicológico en que el individuo interpreta su entorno vital y crea un conocimiento. Es una cualidad del humano poder capturar los estímulos externos que ofrece su entorno para descubrir, organizar y recrear todo lo que le rodea adquiriendo conciencia de la realidad por medio de la percepción.
Valle Central de Costa Rica, en las montañas al Sur del Valle Central. Los conocidos como Cerros de Escazú y su pie de monte. Foto de Guillermo Chaves H.
El paisaje también es cultural. El ser humano es su configurador y al mismo tiempo es un sujeto receptor de este paisaje. El paisaje refleja el bagaje cultural del sujeto que lo percibe. Es su proyección espacial, con las adaptaciones que realiza al sistema ambiental para hacer el espacio habitable para el individuo y la sociedad en que se inscribe. Generalmente manifiesta su estilo de desarrollo y el estilo de vida de las personas y los pueblos que lo habitan. La calidad o falta de ella en el paisaje es el resultado de la evolución recíproca entre el ser humano dentro de su vida en sociedad. Es un configurador insaciable del planeta que ha transformado para bien y/o para mal aspirando a una mejor “calidad de vida”. Al final es un hecho demostrado que la pobreza e ignorancia son incompatibles con la calidad ambiental. Pero el impacto global es mayor al crearse una sociedad de consumo, insatisfecha y desechable. Hemos ignorado “conscientemente” que todas las formas de vida con que compartimos el planeta son sujeto de derecho, que la Tierra es un ser vivo, y es nuestra responsabilidad protegerla y preservarla.
Foto de Ricardo Chaves H.
Volvemos a tener a la percepción como el acto humano fundamental que; interpreta, re-configura mentalmente, define y valoriza su espacio vital. La estética del paisaje está ligada indisolublemente al proceso de percepción del ser humano. En el campo de la estética, todos los métodos de aproximación remiten a la percepción. Sin percepción no existe ni recepción, ni emisión de obra de arte. (Frances, 1985) De igual manera, el medio se hace “paisaje” solo si alguien lo percibe, y su calidad estética es una valoración del individuo y su entorno social.
La calidad estética del paisaje
La calidad estética del medio en el cual vivimos es una aspiración de todos los habitantes en cualquier lugar, ya que la belleza es un factor de influencia decisiva para su salud anímica, y su flagrante sobreexplotación es contraproducente e insensata. Kevin Lynch reconoce la importancia de estas experiencias al hablar de la “calidad sensible”, es decir, la calidad de las impresiones sensibles. Se refiere a un tema muy amplio de todo lo que el ser humano siente y percibe, que conforman las pautas que construyen la calidad que afectan nuestro bienestar inmediato. Para él, el medio ambiente es un recurso estético si sus rasgos naturales o culturales consiguen promover una o más reacciones sensoriales de aprecio por parte del observador. “Los efectos estéticos son solamente una parte del espectro total de sensación, aunque estén presentes en cualquier acto de percepción” (Lynch, 2001). Es muy obvio para un país tropical como el nuestro que hay una calidad intrínseca en nuestro entorno natural, es de hecho nuestro recurso más valioso y del cual debemos sentirnos orgullosos de preservarlo y reparar los daños hechos. Es también una contradicción notoria que la calidad urbana de nuestras ciudades diga tan poco de la diversidad cultural y ecológica (a lo mejor por incomprendida), y que tengamos que definirla como carente y antiestética. Con algunas excepciones de sectores o barrios.
Foto de Guillermo Chaves H. Valle Central de Costa Rica
La aspiración humana por construir espacios, y reconstruir su paisaje circundante es casi una necesidad para realizarse como individuo en sociedad. Muchas veces estas modificaciones un gran impacto ambiental y cambian radicalmente el entorno. También la sumatoria de muchos impactos crea un impacto que a veces es mayor que la suma de impactos menores, al tratarse de un ecosistema en el que todo está interconectado, es sensible a la pérdida de la continuidad de una de sus factores. El paisajista busca (en la mayoría de las ocasiones) relaciones armónicas diferentes a las que encuentra en su ambiente y reducir a su mínima expresión estos impactos negativos. Lo natural y lo silvestre es, aunque no lo parezca, ha sido históricamente el reto a vencer por desconocido e ignorado. Hoy compartimos otra visión, y estamos adquiriendo las habilidades y el conocimiento para que "sanar" las heridas que nos sean posibles hechas al ambiente. Los seres humanos tenemos la capacidad de transformar radicalmente el paisaje. Un parque o jardín es una forma de delimitar un sector donde la naturaleza se controla y se crean formas para el goce y solaz de nuestros sentidos. Estas actuaciones humanas deben aspirar a ser una actividad reparadora del ambiente en deterioro e inspiradora de una sociedad más equitativa y pluralista.
Muchas de nuestras acciones como profesionales paisajistas aspiran a propuestas con cambios significativos para la percepción, y a tener calidad estética a través de un concepto subyacente. El concepto se define como una unidad cognitiva de significado o unidad de conocimiento, una idea abstracta o mental de nuevas relaciones en las formas de expresión. Es una abstracción que en nuestra mente explica o resume experiencias, razonamientos, imaginación y que se traduce en un concepto, un concepto artístico.
Las implicaciones estéticas de todo este proceso perceptivo son profundas y devienen en la expresión de la creatividad. La experiencia estética es una clase especial de reacción dialéctica dentro de la mente a un estímulo externo, sobre el cual la mente sobrepone sus patrones culturales y la coherencia. Cuando la coherencia abarca ambas respuestas, la figura o elementos construidos o plasmados desde la corteza y el sistema límbico, el resultado es de una "gran amplitud estética", una experiencia con un componente fuertemente emocional. (Martínez, 1992).
El arquitecto paisajista tiene a su disposición muchos de los elementos que, bien manejados, dan a las áreas verdes su expresión y fisonomía. El profesional puede recurrir a muchos recursos de diseño para establecer o restablecer armonías y equilibrio, un equilibrio que tiene que mantenerse en el tiempo siendo solo posible si se dejan regir los dictados de la naturaleza. Esta capacidad de dominar el espacio hace que logremos escala y proporciones afines al ser humano y que su entorno aspire también a la máxima calidad estética.
Foto de Guillermo Chaves H. Valle Central de Costa Rica
Muchas de nuestras acciones como profesionales paisajistas aspiran a propuestas con cambios significativos para la percepción, y a tener calidad estética a través de un concepto subyacente. El concepto se define como una unidad cognitiva de significado o unidad de conocimiento, una idea abstracta o mental de nuevas relaciones en las formas de expresión. Es una abstracción que en nuestra mente explica o resume experiencias, razonamientos, imaginación y que se traduce en un concepto, un concepto artístico.
Las implicaciones estéticas de todo este proceso perceptivo son profundas y devienen en la expresión de la creatividad. La experiencia estética es una clase especial de reacción dialéctica dentro de la mente a un estímulo externo, sobre el cual la mente sobrepone sus patrones culturales y la coherencia. Cuando la coherencia abarca ambas respuestas, la figura o elementos construidos o plasmados desde la corteza y el sistema límbico, el resultado es de una "gran amplitud estética", una experiencia con un componente fuertemente emocional. (Martínez, 1992).
Foto de Guillermo Chaves H. Valle Central de Costa Rica
El arquitecto paisajista tiene a su disposición muchos de los elementos que, bien manejados, dan a las áreas verdes su expresión y fisonomía. El profesional puede recurrir a muchos recursos de diseño para establecer o restablecer armonías y equilibrio, un equilibrio que tiene que mantenerse en el tiempo siendo solo posible si se dejan regir los dictados de la naturaleza. Esta capacidad de dominar el espacio hace que logremos escala y proporciones afines al ser humano y que su entorno aspire también a la máxima calidad estética.
Frances, Robert. Psicología del arte y de la estética. Ediciones Akal. España
Lynch, Kevin. (1992). Administración del paisaje. España: Grupo Editorial Norma.
Jennifer Ackerman, Parques Urbanos, Verdor para el espíritu. National Geografic Octubre del 2006
Alva Martínez, Ernesto. (1992). El color en la Arquitectura Mexicana. México: Litoprocess S.A
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